lunes, 16 de febrero de 2009

Anfibología

La perra de mi vecina es un fastidio. Hace ruido día y noche, me ensucia el patio, e incluso me ha querido morder. Algunos amigos un tanto drásticos, me han sugerido que la envene. Pero yo no me atrevo. Dejaría sin ama a su simpática mascota .

sábado, 14 de febrero de 2009

La claridad es cosa seria

Leyendo, o más bien tratando de leer, la entrada anterior me di cuenta, ay de mí, de que es prácticamente ilegible. Dudo que nadie más que yo pueda tener un atisbo de comprensión de lo que he escrito. Y esto no se debe, claro está, a que mi texto tenga ideas demasiado complejas, nada de eso. Se debe solamente a que está tan torpemente escrito que ahora yo mismo lo entiendo con dificultad, en el caso de que fuera entendible, cosa que dudo. Y este hecho arrojó luz sobre otro.

Últimamente cuando comienzo a escribir no puedo evitar sentir que la prosa se me va yendo de a poco de las manos. Se me va, se me va, se me va de las manos y yo me quedo así... sin prosa. Como si me hubieran amputado la prosa. Porque ya ha dejado de ser mía, se ha declarado independiente, y si no me creen no tienen más que ver las atrocidades que perpetra. Esto mismo que lees, oh desventurado lector, es un ejemplo de sus barbaridades.
Tan desbocada, tan fuera de control está mi prosa que, como ves, tiene el muy mal gusto de hablar de sí misma, y lo que es peor, lo hace en tercera persona. Se plantea como tema y se converierte en una prosa autorreferente. De esa manera se crea a sí misma, se autogenera, porque cuando habla existe, y cuando existe tiene tema de qué hablar y cuando tiene tema habla y así el monstruo se alimenta de sí mismo.

Una treta contra el insulto

Saussure nos ha enseñado que el signo lingüístico es arbitrario, es decir que no hay un motivo o una relación natural que ligue la imagen acústica, el significante (digamos, la palabra), con el concepto, la imagen mental, lo significado (digamos, la cosa).
La relación que los une es una mera convención, un acuerdo social que establece que para una determinada serie de sonidos corresponde una determinada porción de la realidad, pero que esa correspondencia no se debe a un vínculo previo entre ambos términos, sino que se forja arbitrariamente, artificialmente, por el acuerdo entre las personas. La serie de sonidos o signos monitor, por ejemplo, no presenta semejanza ni relación alguna con el artefacto que vos y yo estamos mirando en este momento, un monitor real.
Esta convención se explica por sus utilidades prácticas: de esta manera los estados mentales, las ideas de un individuo pueden ser transferidas, comunicadas a otro, los individuos pueden compartir ideas y por tanto compartir o unir esfuerzos.

Dicho esto podemos preguntarnos si tiene algún sentido sentirse ofendido ante un improperio inferido gratuitamente hacia nuestra persona. Podríamos, en lugar de eso, recordar que nuestro injuriador no está más que balbucendo unos sonidillos baladíes o garabateando unos trazos insípidos que espera que nosotros interpretemos como ofensa, que asociemos a algo muy malo que se nos adjudica y de esa manera asestar un duro golpe a nuestra integridad moral.
Si decidimos no establecer la asociación, porque estimamos que los significantes no tienen su correlato real, y su enunciación no tiene fines de utilidad social, pues no parece querer unir esfuerzos con nosotros, los insultos que salen de nuestro atrevido interlocutor no llegarán a nosotros sino como simples gruñidos de chimpancé.
O mejor aún. Se me ocurre que invocando ese carácter caprichoso de los signos, estaríamos autorizados para asignar, también caprichosamente, a esas series de sonidos malintencionados, todo tipo de significados halagüeños que nos ensalzaran y nos enaltecieran, en una suerte de ironía inversa.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Un experimento extraño

Hace unos días vi en canal Encuentro (canal que, por otra parte, mucho recomiendo) un programa llamado la mente humana: personalidad. Entre todos los experimentos que mostraba hubo uno que me llamó mucho la atención.
Dos gemelas, cuyas personalidades eran muy semejantes, fueron sometidas a determinadas actividades a lo largo de un día, para comprobar que la personalidad depende de las circunstancias.
A la gemela 1 se le encomendó que escuchara una canción de ritmo movido, y que mirara una comedia que debía hacerla más feliz, según textuales palabras de la voz en off. Más tarde debía leer un texto del mismo tenor, algo así como la letra de color esperanza.
La gemela 2, por su parte, debió oír una canción que no le traía muy gratos recuerdos, mirar una película no muy esperanzadora, ni optimista, y leer un texto sombrío.

Hasta aquí, un experimento bastante trivial. Las canciones elegidas ya tenían la propiedad de despertar ciertas emociones específicas en cada una de las gemelas, esto se sabía de antemano. De modo tal que parece que se buscaba comprobar que la canción, llamémosla 1, que a G1 le resulta triste efectivamente la pone triste, y que la canción 2 que a G2 le parece alegre, asimismo, la pone alegre.

Con las películas el asunto es menos simple, se corría el riesgo usar una de esas horrendas comedias, que cunden en la actualidad y que lejos de hacernos más felices, nos indignan con su pésimo humor. Sin embargo dieron resultado, tuvieron el efecto esperado.
Pero lo más desconcertante vino después. Una vez oídas las músicas, vistas las películas y leídos los textos, las gemelas debían manifestar sus diferentes estados de ánimo saliendo de compras. Sí sí, no estoy bromeando, saliendo de compras.
La G1 con su buen humor logrado a base de comedias, canciones y lectura dio muestras de más seguridad al comprar, más audacia y más tendencia a derrochar, para decirlo directamente.
La G2 por su parte no se sentía segura con nada de lo que veía.
¿Qué es lo que comprobó este experimento? En realidad nada más que lo que atañe a la personalidad de los sujetos del mismo: a estas gemelas basta con ponerles una cumbia para que salgan corriendo a comprar.
A no ser que nos quieran demostrar de esa manera que cuando estamos felices compramos impulsivamente y sucumbimos a los más irracionales ataques de consumismo.
De ser así más nos vale tener los ánimos por el suelo. ¡Por suerte, como dijo Vinicius!:
"Tristeza não tem fin, felicidade sim"


"la tisteza no tiene fin, la felicidad sí"



América ¿descubrimiento o conquista?

ilustración de la matanza de los indígenas americanos
Cierto profesor de historia, de cuyo nombre no quiero acordarme, me contó el siguiente episodio:
se aproximaba el 12 de octubre y, en una de las instituciones en que trabajaba, estaba a cargo de la elaboración y lectura del discurso del acto escolar alusivo a la fecha.
en una lista en que figuraban todos los actos del año con sus correspondientes organizadores, vió que decía: Descubrimiento de América, y a continuación los nombres de los encargados de realizar el acto. Al ver esas palabras, nuestro osado profesor no tuvo mejor idea que anotar con lápiz, al lado, a modo de corrección: Conquista [de América].
La reprimenda no se hizo esperar. Pasados algunos días el director llega al aula:
"por favor ¿puedo hablar un minutito con vos?"

Acto seguido, salen del aula y surgen la pregunta y el sermón:
"¿por qué pusiste conquista? mirá que esa es una postura ideológica. Es muy violento hablarle a los chicos de conquista...bla bla bla..."

Ilustrativo ¿no? Parece que para el sistema educativo argentino la historia debe ser enseñada de manera neutral (en el supuesto de que existiera, y fuera posible arribar a una postura tal). Las palabras elegidas deben estar desprovistas de ideología, o por lo menos de la ideología que el Estado no está dispuesto a confrontar. Y digo el Estado y el sistema educativo por que sabemos que el director en cuestión no estaba actuando según sus propias convicciones, sabemos que en estos casos no es más que un engranaje en la gran maquinaria de la educación oficial.
De manera que decir conquista responde a una ideología y decir descubrimiento no. Por lo visto es ideología todo aquello que la escuela decide no decir.
Por supuesto, la palabra descubrimiento es éticamente neutral, quien descubre no es ni bueno ni malo, se limita a efectuar un acto cognoscitivo, a conocer algo que antes no se conocía.
Pero sucede que no sólo hubo descubrimiento sino conquista, vocablo éste bastante más ríspido y menos neutral, pues nombra de algún modo, el sometimiento violento, la guerra, los intereses en juego, la supuesta superioridad del hombre europeo, la supuesta barbarie de los naturales, la intolerancia ante otra cultura; en suma la injusticia.
Estos acontecimientos no dejan de ser ciertos por el hecho de omitirlos, pensamiento mágico del que parece participar nuestra educación oficial.
"[...] es necesario analizar las armas de la conquista si queremos poder detenerla algún día. Porque las conquistas no pertenecen sólo al pasado."
Tzvetan Todorov

Ah, y anticipándome a posibles objeciones aclaro que no se trata de enseñar a nadie a odiar a España o a los españoles. Se trata simplemente de conocer el pasado, lo más aproximadamente posible de lo que fue en la realidad.

sábado, 7 de febrero de 2009

Sobre la identificación en el arte

¿Por qué cierta gente, en materia de goce estético, se empeña en reducir su campo de experiencias? ¿Por qué sólo le gusta aquello con lo que se identifica? Todos hemos oído alguna vez, "me gusta tal obra por que me siento identificado". Pues esto equivale a despreciar una de las más maravillosas oportunidades que nos ofrece el arte: esto es, la posibilidad de salirnos de nosotros mismos, y ver el mundo a través de ojos que no son nuestros.
Además no resulta muy simpático el gesto de gustar sólo de aquello que se nos asemeja, pues revela un cierto egocentrismo estético.
Es casi imposible no sentirse frustrado al ver que de toda esa cantidad exorbitante de vidas que se viven y se han vivido en este mundo, uno no puede más que vivir una; sí una sola y miserable vida para cada uno. Pero resulta que con ese curioso artificio llamado arte, podemos, aunque más no sea por un momento, disfrazarnos de otro, usurpar experiencias, ajenas o ficticias, lo mismo da. Lo que importa es, en fin, dejar de ser yo. ¿No es eso lo suficientemente atractivo?